jueves, 27 de octubre de 2011

Sobre la caída y muerte de Gadafi



Una gran esperanza inunda a quienes desde Occidente desean paz y libertad sobre el pueblo libio. Un ejército revolucionario ha tomado el poder para darle a dicho pueblo el poder de la palabra y los derechos sociales ninguneados por décadas de satrapía. El excéntrico loco del desierto que gobernó Libia cual cortijo privado, ha caído y, como mucho, solo se podrá criticar cómo se ajustició al tirano, cuestión de formas que no de fondos.

Pasados unos días y alejándonos un poco de la imagen de júbilo, podemos empezar a entrever los hilos oscuros de esta gran fiesta. Mientras se suceden los reportes de agencias destacadas en el país africano comienzan a escucharse algunas de las medidas que el CNT, Consejo Nacional de Transición, pretende implementar. Estas son solo algunas de las medidas de la futura Libia:

1)      Prohibición del divorcio: Esta libertad civil, implantada por el gobierno de Gadaffi como medida de modernización y de equiparación del hombre y la mujer, quedará relegada equiparando a Libia con cualquier teocracia islámica.
2)      Poligamia: Costumbre ancestral restringida por Gadaffi y que de nuevo será instaurada por los “revolucionarios”.

Un momento, ¿no era esta una revolución? Y ¿no es acaso una revolución un proceso en el que se desmantelan una serie de políticas atrasadas y decadentes para impulsar el progreso?

De momento esto es lo que se cuece en el ámbito político y social, habrá que ver más tarde cómo se desarrolla el ámbito económico. Hasta la fecha sabemos que el anterior gobierno libio tenía completamente nacionalizado el petróleo, principal recurso económico del país. Según fuentes pro-Gadaffi de uno y otro lado del Mediterráneo, las riquezas obtenidas por los hidrocarburos eran invertidas luego en complejas obras públicas como la construcción de canalizaciones de agua hacia zonas aisladas del país así como a otros tantos servicios e infraestructuras libias.

Otros indicadores señalan a la Libia gadaffista como uno de los países africanos con mayor renta per capita y uno de los niveles más altos de desarrollo del continente.

Libia era el único Estado de la región que controlaba el precio del barril para su exportación lo que dejaba a las petroleras en serios apuros a la hora de obtener pingües beneficios de su explotación. Es curioso, por tanto, que cuando a las otras rebeliones de la llamada Primavera Árabe, EEUU y sus aliados les llamaran a la calma, a Libia les mandaran portaaviones.

Era además Libia, uno de los pocos países africanos que desde 1969, momento en que Gadaffi llegó al poder, mantuvo una política completamente independiente pero siempre encaminada a la creación de una auténtica unidad africana. En ocasiones Libia llegó a federarse con otros países árabes con el único fin de crear una potencia política y económica que le diera a África el peso que esta necesita en el Mundo. Quiso una unidad política, militar y económica para el continente más débil, pobre, atrasado y dividido del Mundo.

Puede decirse que en muchos aspectos el gobierno de Gadaffi supuso un intento, y en otros aspectos un logro, en el camino que África necesita tomar. No me atrevo a bendecirlo al 100%, no sabría decir hasta qué punto todas sus políticas fueron positivas, acertadas o justas. Tampoco quiero caer en medias tintas y autoengaños como los ultracomunistas recalcitrantes de siempre, aquellos a los que si les señalas un muerto de hambre en Corea del Norte te acusan de tener el cerebro lavado por la propaganda de EEUU.

Negar los errores de nuestros aliados no constituye traición, usarlos para el arribo de títeres de oscuros intereses económicos sí lo es.

Así pues, en cómputo general creo que hay que lamentar la derrota de la Libia gadaffista y condenar el modo inhumano y repugnante en que su líder fue degradado hasta morir. Y ante todo, contemplar cómo el pueblo libio logra deshacerse del nuevo poder alineado con los intereses económicos extranjeros. 

A Gadafi muerto, ayatolás puestos




Fuente: http://www.farodevigo.es/opinion/2011/10/26/gadafi-muerto-ayatolas-puestos/591760.html


La guerra entre clanes de la Cirenaica y la Tripolitania terminó como suelen acabar estas cosas: con el dictador de Libia corrido, vejado, sodomizado y finalmente ejecutado sin juicio previo por los de la tribu de enfrente al grito de "Dios es grande". No fue sin embargo Alá, sino la OTAN la que derrocó con sus barcos y aviones a Gadafi, patrocinando –tal vez sin quererlo– el espectáculo que estos días abochorna a las cancillerías europeas y al común de las gentes civilizadas.


Que una organización del Atlántico Norte intervenga en el Mediterráneo ya parece de por sí una contradicción de orden marítimo; pero acaso no sea la mayor de todas. Ni siquiera el hecho de que Gadafi fuese agasajado hace apenas unos meses por Zapatero, Berlusconi y otros líderes de la Alianza –a cambio de enjundiosos contratos– pasa de ser una anécdota en el siempre cambiante ámbito de las relaciones internacionales. 


Lo que de verdad sorprende es el resultado de la guerra. Tanta bomba, tanto submarino y tanta matanza para que el régimen de Gadafi deje finalmente paso a otro de raíz islámica y teocrática bajo la presidencia de Mustafá Abdel Jalil: el mismo que hasta el pasado mes de febrero ejerció de ministro de Justicia del sátrapa ahora asesinado. Tampoco el primer ministro provisional Mahmud Yibril era exactamente un opositor a Gadafi. De hecho, desempeñó hasta comienzos de este mismo año el cargo de jefe de la Oficina Nacional para el Desarrollo Económico creada por el ya exdictador –y exser viviente– con el propósito de liberalizar algunos aspectos de la economía libia. 


El nuevo presidente y otrora devoto gadafista es nada menos que Abdel Jalil, un doctor en Ley Islámica que no ha tardado en anunciar el nacimiento de un nuevo Estado teocrático semejante a los de Irán y Arabia Saudí. La sharia o código musulmán inspirará a partir de ahora la legislación ordinaria de Libia, convirtiendo el pecado en delito y viceversa. 


Curiosa paradoja. Las bombas sembradas por la OTAN en una guerra que ni siquiera era guerra para la ocurrente ministra española de Exteriores van a traer como inesperada cosecha el regreso de Libia al Medievo. Para abrir boca, el nuevo –aunque arcaico– Consejo de Transición ha decidido restaurar en todo su esplendor la poligamia, costumbre a la que el inesperadamente moderado Gadafi había impuesto severas limitaciones. Y quizá eso solo sea el principio. Si los nuevos ayatolás traídos a golpe de Tomahawk por la Alianza Atlántica aplican a fondo su programa religioso–legislativo, es solo cuestión de tiempo que el adulterio, la homosexualidad, el consumo de alcohol y/o la poca obediencia de las mujeres a sus maridos pasen a ser delito en la vieja Tripolitania. 


Al igual que sucede en Arabia, donde la Policía de la Virtud patrulla las calles a la búsqueda de tobillos de señora para azotar, las mujeres libias deberán vestir de manera decorosa so pena de ser consideradas culpables –por provocadoras y descocadas– en el caso de que alguien las viole. Naturalmente, los gays que no disimulen su aberrante condición correrán serio riesgo de recibir una buena tanda de azotes o, en el peor de los casos, acabar colgados de una grúa como es costumbre en el alegre Irán de los ayatolás. Por fortuna, los ladrones y otros delincuentes de orden menor solo arriesgarán la amputación de una mano si reinciden en su afición a cambiar las cosas de sitio. 


Tan notable mejora en sus condiciones de vida se la deben los libios –y en particular, las libias– a las bombas que la OTAN dejó caer sin reparar en gastos sobre su territorio con el propósito de derrocar a Gadafi: un antiguo colega súbitamente devenido en tirano. Si los aliados esperaban sacar petróleo con sus bombardeos, de momento solo han hecho aflorar una marea de ayatolás. Es de esperar que la sharia –tan estricta– no les prohíba comerciar con su oro negro.