sábado, 3 de noviembre de 2012

Los anarquistas y su papel en el golpe de Estado contra la República



A comienzos de 1939 Cataluña cayó en manos de los fascistas y la desmoralización cundió en las filas republicanas. También eran muchos los que estaban cansados de resistir después de tres años de durísima guerra. Fue precisamente en esos momentos difíciles cuando se puso a prueba quién era la columna vertebral de la democracia, quién estaba dispuesto verter su sangre hasta la última gota en defensa del proletariado y, por el contrario, quién vacilaba, quién era propenso al compromiso y al pacto con los fascistas. Hacía ya tiempo que había pasado el momento de los desfiles felices del 18 de julio y llegaba el de las pruebas de fuego. Entonces se demostró que mientras el compromiso de los comunistas contra el fascismo era a vida o muerte, todos los demás querían rendirse y estaban incluso dispuestos a cualquier cosa con tal de acabar con una guerra que se les hacía ya larga y pesada.

Naturalmente que nada se puede oponer a la claudicación de los partidos republicanos burgueses que, por su naturaleza de clase, apreciaban más el bolsillo que los principios; tampoco se pueden oponer muchas objeciones a la socialdemocracia (PSOE y UGT) a quienes la III Internacional hacía diez años que acusaba de socialfascistas denunciando su propensión a servir en bandeja países enteros a la barbarie fascista. Pero quizá cabría esperar otra actitud de los anarquistas, que entonces, a diferencia de mayo de 1937 en Barcelona, ni siquiera tenían la justificación de intentar una revolución. Lo que demostraron año y medio después en Madrid fue su paso descarado a las filas de la contrarrevolución, expresada incluso en detalles tan nimios como la eliminación de la estrella roja de los emblemas del Ejército republicano.

Como cabía esperar, al final, en la guerra contra el fascismo sólo quedaron los comunistas al frente de las masas, del heroico Madrid republicano, y para tratar de encubrir su rendición, para salvar su responsabilidad histórica, los anarquistas han retorcido la historia de una forma inverosímil. En mayo de 1937 unos cuantos ya dieron un paso en falso, pero en marzo de 1939 su complicidad con los fascistas fue total y sin paliativos. Todas las frases que puedan imaginar jamás encubrirán unos hechos clamorosos por sí mismos.

Rendición y traición

El primer invento retórico para justificar su alineamiento con la contrarrevolución fascista es el intento por parte de Cipriano Mera (CNT) de llegar a un acuerdo con los fascistas que salvara a los cenetistas (pero sólo a los cenetistas) de la represión. Eso los anarquistas lo llamaban entonces -y lo siguen llamando hoy- una paz honrosa (1), un acuerdo que encubriera su rendición incondicional.

Ahora bien, independientemente de la opinión que se pueda sostener acerca de la necesidad de resistir a ultranza o de negociar una rendición, una cosa debe quedar clara: el único capacitado para negociar era el Presidente del Gobierno, Negrín, y cualquier otra cosa era una traición. Por lo demás Negrín ya había intentado negociar por varias vías y los fascistas le habían dejado siempre claro que no estaban dispuestos a ello en absoluto. ¿Lograrían otros lo que Negrín no había logrado? Evidentemente no. La negociación encubría una traición. A voz en grito Franco había repetido hasta la saciedad que no admitía condiciones, que jamás iba a pactar con nadie, y menos con ninguna organización antifascista vinculada, de cerca o de lejos, con el Frente Popular. No iba a pactar la paz y mucho menos iba a pactar una paz honrosa que permitiera a los anarquistas cubrir sus vergüenzas. Los fascistas ni siquiera iban a dar la oportunidad de largarse a los que desde hacía bastante tiempo -con el rabo entre las piernas- estaban desesperados por hacerlo. Su política era la de tierra quemada, la de arrasarlo todo. En noviembre de 1938 declaró que no podía tomarse en consideración la posibilidad de amnistía: Los amnistiados son hombres sin moral. Él creía en la redención mediante el castigo del trabajo; quienes no fueran ejecutados, tendrían que reeducarse en campos de trabajo. El 18 de febrero del siguiente año, volvió a descartar cualquier idea de paz condicional: Los nacionalistas han vencido -declaró- y, por lo tanto, los republicanos deben rendirse sin condiciones.

Los fascistas son así, siempre lo han sido y lo demás es vivir de ilusiones. Cualquier revolucionario lo sabe. Ahora bien, hay una cosa distinta: como buen fascista, Franco decía a los burgueses y a los oportunistas lo que éstos necesitaban para disimular su claudicación; se lo decía a los imperialistas anglo-franceses y, por su intermedio, se lo decía al coronel Segismundo Casado, que era quien estaba preparando la traición a la República en Madrid. Casado, Mera, Besteiro y demás capituladores no le hubieran podido servir Madrid en bandeja a Franco de no haber actuado con la excusa de una negociación.

Por si caben dudas, hay que recordar que Casado era un peón del imperialismo británico, y para que no nos acusen a los comunistas de ver fantasmas y conspiraciones por todas partes, tendremos que recodar algunos aspectos acerca de la persona que organizó el golpe que sirvió en bandeja Madrid a los fascistas y, por tanto, a las órdenes de quién se ponían aquellas organizaciones que, como PSOE, UGT y CNT, le secundaron. Esto es necesario hacerlo porque, en el colmo del engaño a sus afiliados, la CNT dijo entonces que las negociaciones con los fascistas se están verificando sin la menor influencia extranjera (2). También lo es para comprender las razones por las cuales los comunistas calificamos a la guerra civil como una guerra nacional revolucionaria.

Los disfraces de la capitulación

Casado era masón y su política de conciliación con el fascismo en Madrid era la misma que los imperialistas anglo-franceses estaban poniendo en práctica en todo el mundo, cuya materialización más escandalosa fue el acuerdo de Munich, y si el objetivo en Europa era aislar a la URSS, el objetivo en España era aislar a los comunistas para eliminarlos con mayor facilidad. Ya en el mes de diciembre de 1938 Casado tuvo una entrevista con el cónsul inglés y luego una comida diplomática en Jaca para preparar la traición, aunque todo esto Joan Llarch lo presenta de una manera muy refinada: se tataba de pulsar la opinión internacional respecto a la guerra de España (3). Así presentan los hechos quienes se niegan a reconocerlos: quien dictaba la opinión internacional (a Casado, naturalmente) era el imperialismo británico, y por eso no se le ocurrió (a Casado, naturalmente) seguir sondeando la opinión de otros países, como la URSS sin ir más lejos. Ahora bien, en ciertas historias de nuestra guerra parece que era la URSS quien tenía invadida España con sus agentes, consejeros y militares...

Lo cierto es que Casado recibía órdenes de Denys Cowan, el oficial de enlace británico de la comisión Chetwode en Madrid y Cowan, estaba muy interesado en que prosperaran las negociaciones entabladas entre Casado y el gobierno de Burgos.

Por si no fuera suficiente, Casado también se carteaba con un viejo amigo suyo, el general fascista Barrón. A finales de enero de 1939, Julio Palacios, unos de los espías de la Quinta Columna en Madrid, agente del SIPM, recibió la orden de ponerse en contacto con Casado para ofrecerle garantías. El 1 de febrero Casado respondía literalmente a los fascistas: Enterado, conforme y cuanto antes mejor. Diez días más tarde, el coronel José Ungría, jefe del espionaje del gobierno de Burgos, recibe una nota de sus agentes en Madrid: Casado suplica que se respete la vida de los militares decentes. Naturalmente los comunistas no entraban en ninguna categoría de decencia y estaban destinados a ser degollados por unos o por otros, es decir, por los fascistas o por los capituladores. El 16 de febrero Casado envía otra nota al jefe del espionaje fascista en Burgos que deja pocas dudas: Espero la constitución de un gabinete Besteiro, en el cual [yo] ocuparía la cartera de Guerra. Si esto último no ocurriera, no importa, los barrería a todos. Naturalmente como en su traición Casado contaba con el apoyo de todos excepto de los comunistas, ese inciso final de la nota significaba que quienes iban a ser barridos no eran otros que los comunistas. A pesar de ello, la historia -contada al revés- nos presenta a nosotros, los comunistas, como los sanguinarios, y lo que en este caso es más grotesco: resulta que de seguir determinadas falsificaciones de los más evidentes hechos históricos, fueron los comunistas los que se rebelaron contra Casado. Así se expresa un anarquista como José Peirats en su libro La CNT en la revolución española (4), una expresión plenamente coincidente con la que luego utilizarían los fascistas para condenar a los republicanos por rebelión: defender la República el 18 de julio de 1936 es rebelión para los fascistas; seguir defendiéndola en marzo de 1939 también era rebelión, según los capituladores.

Los anarquistas no sólo traicionaron la causa antifascista en marzo de 1939 sino que décadas después, en el momento de escribir la historia, no fueron capaces de reconocerlo, y así Juan Gómez Casas afirma que Segismundo Casado era un hombre en quien la CNT-FAI tenían confianza (5); lejos de rectificar, treinta años después seguían con la misma postura, por lo que a la traición se le suma el engaño.

La complicidad de Cipriano Mera en el golpe


Por el contrario, desde tiempo atrás los comunistas desconfiaban de Casado, que se había opuesto a la ofensiva de Brunete en 1937. El diputado comunista Daniel Ortega, comisario del Quinto Regimiento en los primeros tiempos, que trabajaba en el cuartel general de Casado, había comunicado aquel mismo año al Partido Comunista las sospechas que tenía acerca de Casado. Sin embargo, Cipriano Mera dice en sus memorias -como luego han repetido todos los anarquistas- que él no sabía nada de todo eso y que si lo hubiera sabido hubiera actuado de otra forma... Tampoco sabía -ni supo nunca- que el coronel Muedra, que era su jefe de Estado Mayor, era un espía franquista. Mera no sabía nada de eso pero dio pábulo, como todos los demás anarquistas, a las mentiras lanzadas por otro cenetista colega suyo, el receloso e intrigante Manuel Amil, como lo llama Joan Llarch (6), acerca de que Negrín, con ayuda de los comunistas se aprestaba a dar un golpe de Estado en Madrid. Este era uno, entre otros, de los muchos bulos que para justificarse difundieron entonces y siguen difundiendo ahora los anarquistas, como aquel otro de que los comunistas habían acaparado 700 toneladas de dinamita para volar Madrid a la entrada de Franco para presentar su destrucción como una obra del fascismo (7).

Este tipo de sucesos son bastante frecuentes; el conocimiento es como todo: se sabe aquello que se quiere saber, mientras se hacen oídos sordos a lo que no gusta. Es la mejor manera de engañarse uno a sí mismo para engañar luego a los demás. El caso es que, una vez más, el bulo de que había que dar un golpe de Estado para adelantarse a los comunistas, que supuestamente querían hacer lo mismo, servía tanto a los fascistas como a los anarquistas y otras fuerzas republicanas. Por eso no puede sorprender que la figura de un anarquista como Cipriano Mera sea tan bien valorada entre los falangistas, que recientemente reivindicaban en internet (8-homenaje a Cipriano Mera) su figura como cosa propia; así lo hicieron antes también el coronel fascista Martínez Bande (9) y Federico Jiménez Losantos, que lo consideraba como uno de Los Nuestros (10). Cabe añadir también que ese amor era recíproco, de manera que el anarquista Diego Abad de Santillán, después de alabar al jefe falangista Jose Antonio Primo de Rivera, se lamenta de no haber podido llegar a un acuerdo con él:

A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con Jose Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros [...] Españoles de esa talla, patriotas como él, no son tan peligrosos ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican a España y sostienen lo español aun desde campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera (11).
No es de extrañar que los fascistas agradezcan a los anarquistas su valiosa colaboración en acelerar la derrota de la República. Mera fue detenido por los vichystas en el norte de África y entregado a Franco, que ni le fusiló, ni tampoco le tuvo mucho tiempo en prisión, como a los comunistas. Salió en libertad en 1946.

De los cuatro cuerpos del ejército republicano central, tres estaban dirigidos por los comunistas: Barceló, Ortega y Bueno. Casado no contaba con fuerzas propias para dar un golpe de Estado; las de los burgueses republicanos o del PSOE eran irrisorias. Por tanto, sólo podía contar con los anarquistas del 4° Cuerpo de ejército que dirigía Mera, en su mayor parte luchadores abnegados y partidarios de proseguir con la resistencia. Fueron un puñado de traidores de CNT en Madrid, como García Pradas, Eduardo Val y Manuel Salgado, los que con mentiras y engaños impulsaron a los combatientes de Mera a enfrentarse a los comunistas y traicionar a la República que habían jurado defender. Además, los burócratas cenetistas ya se habían instalado en el exilio francés desde donde llegaron órdenes de Mariano Vázquez, su secretario general, para que sirvieran la victoria en bandeja a los fascistas, prepararan la evacuación de los dirigentes anarquistas y la carnicería contra los comunistas...

El 11 de marzo, en una reunión del Comité Nacional del Movimiento Libertario (que agrupaba a CNT, FIJL y FAI) Grunfeld habló de la definitiva eliminación de los comunistas, y Eduardo Val, representante libertario en el Consejo golpista de Casado, informó así a sus colegas de los acuerdos aprobados: Con relación a la aplicación de las penas de muerte dispuestas contra los elementos comunistas, se acordó que se ejecuten las que sean insoslayables, y que las demás pasen a estudio del Consejo nacional (12).

En fin, que a los fascistas como a algunos anarquistas no les preocupaba otra cosa que ésa.

Un nido de espías

En Madrid tenía su destino otros de los generales republicanos que trabajaba para los fascistas y que tuvo un papel destacado en la traición final: Manuel Matallana, amigo íntimo del general Vicente Rojo. Él y el coronel Muedra, jefe de estado mayor de Mera y de Matallana, eran agentes franquistas emboscados. Del caso de Matallana no hay que dar muchas explicaciones porque así se calificó él mismo: En los Estados Mayores a los que he pertenecido siempre he hecho servicio de inteligencia (para el enemigo, naturalmente), lo que corroboró la sentencia del consejo de guerra a que fue sometido por los vencedores recién terminada la guerra:

Tanto la prueba testifical practicada como la documental aportada, aparece que el procesado es persona de antecedentes inmejorables de ideas derechistas, amante del orden afecto al parecer al MN (Movimiento Nacional). Según costa en lo actuado, a fines de 1937, el procesado estableció contacto con los representantes y agentes de la España Nacional en la Zona roja, procurándoles algunas informaciones, y siendo partidario de la rendición sin condiciones de la zona central, aún en poder de los marxistas, para lo cual trabajó intensamente y que a principios de 1939, procuró a un agente de la Zona Nacional un superponible de las fuerzas en línea y reserva de Ejército rojo, para que fuera pasado a la España Nacional y estas fuerzas pudieran atacar por donde mejor conviniera. También se ha puesto claro que el procesado reprimió la intentona comunista de 1939 y facilitó en gran manera la rendición total de la zona roja a la España Nacional.

Estas fueron las consecuencias de la complacencia de la República con los traidores que desde su mismo seno colaboraban con el enemigo, traidores que estaban en el ejército, en la administración, en los partidos, en los sindicatos y en el Frente Popular como una hidra venenosa a la que nadie fue capaz de poner freno. Todas las denuncias que al respecto lanzó el Partido Comunista quedaron como abominables intentos de purgas para quitarse de en medio a ciertos personajes y hacerse con el poder subrepticiamente. Aún estamos pagando muy cara aquella condescendencia, como lo pagaron los combatientes que cayeron en los campos de batalla, porque no se puede combatir al fascismo sin combatir a la vez a sus colaboradores encubiertos, a los pusilánimes y a los conciliadores que, como siempre, no se presentan a sí mismos como los traidores que son, sino con ropajes como los de la paz honrosa.

Tras lograr su propósito en Barcelona en mayo de 1937, el espionaje franquista siguió explotando la doblez de Casado, Matallana y otros oficiales, empleando para ello a intermediarios de confianza. A principios de febrero de 1939, Casado mantenía correspondencia regular con el coronel Ungría, jefe del servicio secreto de Franco en Burgos. El papel decisivo corrió a cargo del jefe de la red de espionaje en Madrid, Antonio de Luna. Julio Palacios, un agente de Luna, recibió la orden de ponerse en contacto en enero de 1939 con Casado a través de intermediarios. El coronel Bonel, en Toledo, también tuvo un papel importante en las negociaciones entre los conspiradores y Burgos.

Cuando Negrín regresó a Madrid el 12 de febrero, mantuvo una entrevista de cuatro horas con Casado, quien naturalmente le ocultó sus contactos con los fascistas y sus planes capituladores. Por su parte, Negrín le prometió a Casado que le ascendería a general y que la URSS había enviado 10.000 ametralladoras, 600 aviones y 500 piezas de artillería. Todo aquello estaba en Marsella y, a pesar de las dificultades, pronto llegaría a España.

Los comunistas de Madrid, como Tagüeña, Domingo Girón (el organizador local) y Pedro Checa, empezaron a hacer preparativos para enfrentarse a la conspiración militar. Una delegación del Partido Comunista visitó a Negrín quien reconoció que la única salida posible era proseguir la resistencia.

Dos líneas: resistencia o claudicación

A principios de 1939 se delinearon dos líneas muy claramente dentro de las fuerzas antifascistas: los partidarios de la resistencia y los partidarios de la claudicación. Los comunistas estaban entre los primeros, junto con otros, como fuerza más importante, mientras que puede decirse que todos los demás eran partidarios de llegar a algún tipo de componenda con los fascistas que les salvara de las represalias.

La caída de Catalunya justificó el que muchos dirigentes republicanos huyeran a Francia y ya no regresaran nunca más. Mientras, los veteranos oficiales comunistas del ejército del Ebro, regresaron de Toulouse a España para seguir la lucha.

Por lo demás, el intento capitulador no era otra cosa que el sálvese quien pueda, la desbandada: Casado trataba de proteger a los suyos, la CNT a los suyos y así sucesivamente. La conducta que todos ellos era pues insolidaria, individualista, burguesa y contrarrevolucionaria. Desde entonces llevan décadas tratando de justificar su vergüenza, afirmando que la resistencia no tenía ya ningún sentido y que la política del Presidente Negrín y los comunistas era una política suicida. Es lo que me dice mi abuela siempre que voy a una manifestación: que no sirve para nada porque no me van a hacer caso. Nada sirve para nada: reunirse es perder el tiempo, la lucha es estéril y el capitalismo es omnipotente. Lo mejor es quedarse en casa.

Pero los comunistas entendemos las cosas de otra manera y en nuestro combate no caben términos medios. Y esto no sólo durante unos pocos años, mientras todo va bien; no, nuestra lucha no acaba nunca y sean cuales sean las condiciones, por más imposible que parezca, nosotros tenemos que estar al pie del cañón, especialmente cuando todos se desmoralizan, cuando agachan la cabeza y se entregan.

Naturalmente los burgueses y los oportunistas no pueden entender esto y no vamos a tratar de explicárselo.

La guerra civil está repleta de biografías de personajes y personajillos, e incluso organizaciones enteras, la mayor parte de las cuales se acaban en 1939, incluso las de aquellos a las que se le llena la boca de frases ultrarrevolucionarias. Parece que para ellos la lucha contra el fascismo se acabó entonces; a partir de 1939 sólo queda el silencio en un exilio desde luego mucho más cómodo que el de los que se quedaron atrapados en el interior, que eran los obreros, las heroicas masas republicanas supervivientes de decenas de grandes batallas y bombardeos durante la guerra. Después de 1939, mientras los traidores se escondían, los comunistas seguimos en las trincheras, en Francia o en la URSS y de vuelta a España a la clandestinidad en la década de los años cuarenta, luego en los cincuenta... cuando verdaderamente el trabajo revolucionario se desenvolvía en condiciones difíciles y los revolucionarios de ocasión habían abandonado el barco (si es que alguna vez estuvieron en él) como las ratas.

Plantear la imposibilidad de resistir en febrero de 1939 es ocultar la verdadera situación militar: el general Miaja seguía controlando una tercera parte de España, incluida Valencia y contaba con cuatro ejércitos de 500.000 combatientes armados que no habían sido derrotados. No obstante, Miaja pensaba que tarde o temprano, las fuerzas republicanas serían derrotadas y, como Casado, también creía que lo mejor era que fuese lo más pronto posible. Para la burguesía golpista no tenía sentido prolongar lo que no consideraban más que una lenta agonía. Entonces, ¿por qué no haberse rendido mucho antes, por ejemplo el 19 de julio de 1939?

Esa estrategia formaba parte de la capitulación e interesaba a los propios fascistas más que a nadie. En primer lugar a los italianos, que una semana después de apoderarse de Madrid atacaban Albania. Como bien dijimos siempre los comunistas, España no era más que la primera línea de lucha contra el fascismo en todo el mundo. Entregar España era entregar el mundo entero, servir pueblos enteros en bandeja a los fascistas. En marzo de 1939 resistir tenía más significado que nunca porque había que preparar dos cosas fundamentales que, naturalmente, sólo podían estar en la cabeza de un revolucionario: había que prepararse para la clandestinidad, no sólo políticamente sino también militarmente porque sólo había acabado una batalla, mientras que la guerra debía continuar en forma de guerra de guerrillas. Esa estrategia de continuación de la lucha necesitaba tiempo, necesitaba resistencia, pero para quienes todo se había hundido ya, es lógico que estuvieran deseosos de abrir las puertas de Madrid a la barbarie.

La reunión de Los Llanos

El 16 de febrero Negrín se reunió con los dirigentes militares republicanos en Los Llanos, cerca de Albacete, y manifestó que no quedaba otra salida que la resistencia. El traidor Matallana declaró que era una locura continuar la lucha y los generales Menéndez, Escobar y Moriones, jefes de los ejéritos de Levante, Extremadura y Andalucía respectivamente, estuvieron de acuerdo con él. El almirante Buiza, comandante en jefe de la Armada, informó de que una comisión que representaba a las tripulaciones de la flota republicana había decidido que la guerra estaba perdida y que los ataques aéreos fascistas obligarían a la flota a abandonar en breve las aguas españolas, a menos que emprendieran negociaciones de paz. Negrín replicó a Buiza que los jefes de la comisión debían ser fusilados por amotinamiento. Buiza replicó que, aunque estaba de acuerdo con él, no lo había hecho porque compartía los puntos de vista de los amotinados. El coronel Camacho habló en nombre de las fuerzas aéreas y dijo que disponía de tres escuadrillas de bombarderos Natasha, dos escuadrillas de Katiuska y veinticinco aviones tipo Chato o Mosca y que aunque también era partidario de negociar la rendición, la aviación republicana tenía gasolina para continuar la guerra durante otro año más. Miaja pidió resistencia a ultranza, pero eran un mentiroso y formaba parte de los capituladores.

Todos aquellos oficiales que no confiaban en la victoria, en coherencia con su estado de ánimo, pudieron dimitir entonces y dejar la guerra en manos de otros. Pero no se trataba de eso: se trataba de favorecer los planes fascistas, se trataba de no hacer nada y no dejar que nadie hiciera nada.

Por supuesto, el coronel Ungría recibió en Burgos un informe completo sobre el contenido de la reunión convocada por Negrín en Los Llanos.

La desbandada

La conducta de Negrín era contradictoria: al tiempo que reafirmaba su decisión de resistir, no hacía nada para organizar la resistencia. La guerra podía continuar pero para ello eran necesarios preparativos que nadie puso en marcha. El único preparativo en marcha era la conspiración. Todo apestaba a desbandada, más cerca del mar y de la huida que del interior y las trincheras. La sede del gobierno republicano se trasladó a Elda, en la costa alicantina, muy lejos de Madrid. Pero para continuar la guerra había que estar en Madrid. La resistencia española pedía a gritos su Salvador Allende, alguien que no sólo hablara de resistir sino que empuñara el fusil en la primera línea de combate.

Entretanto, Casado proseguía sus negociaciones secretas con Burgos. Su plan -escribe Hugh Thomas- consistía en detener y entregar a Franco a muchos dirigentes comunistas, y llegó a pedir disculpas por no haber podido evitar la fuga de algunos de ellos (13).

El 20 de febrero Casado recibió la visita de un agente del servicio de información secreta de Franco, el coronel José Centaño de la Paz, que desde 1938 dirigía en Madrid una red de espionaje denominada Lucero Verde. Él y Manuel Guitián, que era agente del gobierno de Burgos, le visitaron, siendo recibidos con entusiasmo, dice Hugh Thomas (14). Casado les prometió entregarles todo el ejército del centro para el 25 de febrero. Entonces Centaño le entregó un documento en el que se garantizaba la vida de los oficiales de carrera del ejército republicano que depusieran las armas. Centaño había enviado a Burgos informes favorables sobre Casado, diciendo que era más anticomunista que nadie.

El 23 de febrero Casado prohibe la publicación del periódico comunista Mundo Obrero porque aparecía un manifiesto llamando a mantener la resistencia. Aunque el traidor intentó retirar todos los ejemplares, al día siguiente el manifiesto circuló de mano en mano.

A Franco le llegaban constantes informes procedentes del bando republicano revelando cuáles eran los puntos de menor resistencia en caso de que se lanzara un nuevo ataque. Los fascistas estaban al tanto de todos los planes republicanos, sobre todo los concernientes a la conspiración. No tenían que atacar, sólo esperar. En Burgos recibieron un nuevo mensaje de Madrid en el que les informaban de que al día siguiente se formaría una Junta golpista y que Besteiro y el coronel Ruiz-Fornells, jefe de estado mayor del ejército de Extremadura, se dirigirían a cualquier aeródromo que señalaran los fascistas para ultimar la rendición.

Casado reconoció ante Hidalgo de Cisneros que el representante británico en Madrid (posiblemente Denys Cowan) había efectuado todos los arreglos necesarios con Franco. También ingenuo, Hidalgo creía que Casado estaba contando fantasías, pero le dio cuenta a Negrín de los planes de Casado, que tampoco hizo nada esta vez. Como en el 18 de julio, se sabían los planes de antemano, pero hubo una falta absoluta de diligencia y de determinación.

Los golpistas se reparten los cargos

Desde la Alameda de Osuna, cerca de Madrid, Casado trasladó su cuartel general al Ministerio de Hacienda en la Puerta del Sol. Allí se reunió con Besteiro. La 70ª Brigada a las órdenes de Bernabé López, procedente del cuerpo de ejército de Mera, tomó posiciones en torno al edificio para proteger a los golpistas. Para entonces, dentro de su confusión total, los anarquistas pensaban más en combatir a los comunistas que a los fascistas. Aquellos que siempre aseguraron que el poder corrompe, se repartieron de antemano los cargos gubernamentales con los demás conspiradores, quedándose con dos ministerios, que ocuparon los militantes de CNT Gonzalo Marín y Eduardo Val. Además, Casado nombró alcalde de Madrid al anarquista Melchor Rodríguez, que antes había sido director general de prisiones. Finalmente, Casado permitió que le nombraran presidente de la Junta golpista aunque cedió inmediatamente el puesto a Miaja, ascendido a teniente general, una graduación que había sido suprimida por la República en 1931; Besteiro se nombró ministro de Asuntos Exteriores. Los otros miembros de la Junta golpista eran el socialista Wenceslao Carrillo, director general de Seguridad en tiempos de Largo Caballero, Antonio Pérez, de la UGT y los republicanos Miguel San Andrés y José del Río. Sánchez Requena, miembro del partido sindicalista de Pestaña, era el secretario. Al final, todas las organizaciones del Frente Popular, excepto los comunistas, dieron la espalda a la República y a seguir luchando por la democracia.

Fue el suicidio político de todos ellos, que difundieron por la radio un cínico manifiesto en la medianoche del 5 al 6 de marzo en el que, al estilo de mayo de 1937, también se autocalificaban de revolucionarios, proletarios y antifascistas, al tiempo que demagógicamente trataban de asumir las quejas de los madrileños: No puede permitirse que en tanto el pueblo lucha, combate y muere, unos cuantos privilegiados preparen su vida en el extranjero y, en el colmo de la desfachatez aseguraban que propugnaban la resistencia para no hundir nuestra causa en el ludibrio.

En esa misma alocución radiada Besteiro hizo una apología del golpismo al estilo fascista del 18 de julio, pidiendo el poder para el ejército (no concretó qué ejército), mientras Casado, al estilo de la reconciliación nacional, se dirigía tanto a los fascistas como a los antifascistas y decía algo verdaderamente canallesco en la boca de un agente del imperialismo británico: Queremos una Patria exenta de toda tutela extraña, libre de toda supeditación a las ambiciones imperialistas. También Cipriano Mera intervino por radio para respaldar la traición.

Como sucede siempre, ante la inactividad los golpistas se crecieron. Tras el golpe Matallana fue detenido en Elda, de manera que, cumpliendo cabalmente con su nuevo papel, Casado amenazó a Negrín que, si en el plazo de tres horas no ponía en libertad al espía franquista, fusilaría a todo el gobierno. En lugar de fusilar a su vez a Matallana, Negrín cedió al chantaje y liberó a Matallana.

Como en mayo de 1937 en Barcelona, la República continuó con su política de conciliación con los golpistas, el intento de convencerles, de esperar acontecimientos y de negociar para resolver las divergencias. Nadie fue capaz de detener y fusilar a Casado, ni siquiera los comunistas, que conocían los planes y no intervinieron con la suficiente antelación.

Ya lo criticó José Díaz desde la lejanía poco antes de morir. El Partido Comunista, escribió José Díaz, no dio a conocer a las masas la traición que se preparaba, para prepararse a su vez y hacerle frente enérgica y decididamente. El Comité Central del Partido Comunista celebró su última reunión en el interior, en la que Togliatti comenzó a expresarse de la manera vergonzosa que luego conocimos. Dijo a los pocos miembros que estaban presentes que la Junta golpista era el único gobierno de España, que oponerse a ella era lo mismo que emprender una nueva guerra civil y que el único recurso era tratar de salvar el pellejo, naturalmente de los dirigentes, ya que los militantes de base no tendrían opción. Se hizo público un manifiesto en este sentido redactado también por Togliatti. Pero lo preocupante no era sólo lo que se decía sino lo que ni se decía ni se hacía, que era preparar al Partido para la clandestinidad y, a la vez, preparar la guerra de guerrillas.

Como otras veces, los comunistas esperaron inútilmente instrucciones del gobierno y no actuaron por su propia iniciativa, como debieron. Esperaban al gobierno y el gobierno, a su vez, esperaba no se sabe muy bien qué. Castro Delgado y Delage salieron secretamente de Madrid para preguntar a la dirección del Partido Comunista si podían ordenar a las divisiones comunistas que marcharan sobre la capital. La única alternativa era emplear contra los golpistas a las divisiones comunistas situadas en torno a Madrid, apoyadas por unidades guerrilleras del 14° Cuerpo.

La semana comunista en Madrid

El proletariado combatiente madrileño, los cuadros comunistas y los militantes de base estuvieron muy por encima de muchos de sus dirigentes. Las divisiones comunistas que rodeaban Madrid conservaban la firme determinación de combatir hasta el final a pesar de (o más bien gracias a) que las comunicaciones con la dirección del Partido Comunista estaban interrumpidas. Mientras las ratas abandonaban el barco, en unas condiciones inimaginables, Madrid volvió a dar otra inolvidable lección de heroísmo, esta vez contra dos enemigos simultáneamente: los fascistas de Franco y los colaboracionistas de Casado. Era un inconveniente y una ventaja a la vez: ahora los comunistas luchaban sin el lastre de los oportunistas, contando únicamente con el entusiasta apoyo de las masas, dispuestas a resistir hasta el final.

Barceló movilizó a su 1er. Cuerpo de Ejército para cerrar todas las entradas de la capital. Ocupó lo que hoy es Nuevos Ministerios, entonces situados al final de la Castellana, así como el parque del Retiro y el antiguo cuartel general del ejército del centro en la Alameda de Osuna. Tres de los coroneles de Casado y un comisario socialista resultaron muertos. Los coroneles Bueno y Ortega enviaron tropas del 2º y 3° Cuerpos de ejército en apoyo de Barceló. De esta forma, la mayor parte del centro de Madrid quedó bajo el control de los comunistas. Sólo unos pocos edificios gubernamentales quedaron en manos de los traidores, totalmente rodeados.

Aunque tardía, la movilización de las fuerzas comunistas hubiera logrado parar el golpe de Estado de no ser por el apoyo de las tropas anarquistas de Cipriano Mera. Por la tarde, el 4º Cuerpo de Ejército de Mera se puso en marcha para liberar a los traidores, que se habían hecho fuertes en los suburbios de la zona sureste. Mera se convirtió en el hombre fuerte de los golpistas. Retiró fuerzas del frente para que acudieran a Madrid; para ellos era más importante luchar contra los comunistas que contra los fascistas. Su 12ª División ocupó Alcalá y Torrejón.

Durante todo el día 8 de marzo prosiguieron los combates en Madrid. Casado intentó detener al gobierno y a los dirigentes comunistas para ofrecérselos a Franco como trofeos. Allá donde triunfaron los golpistas, las oficinas del Partido fueron ocupadas y saqueadas; los comunistas fueron detenidos y entregados a los fascistas para que los fusilaran.

Pero lograron mantener el control de la capital durante toda una semana frente a todos los demás. El día 9 de marzo, Matallana dijo a uno de los agentes de Franco con los que estaba en contacto, que confiaba en que Franco lanzara una ofensiva general para impedir que Madrid cayera en manos de los comunistas. La extensión de la victoria comunista en Madrid era tan grande que, de haber actuado con decisión, hubieran podido resistir. Sin embargo, había mucha confusión y las únicos miembros del Comité Central que quedaban en España (Togliatti, Checa, junto con Jesús Hernández y el dirigente juvenil Fernando Claudín) perdieron durante muchas horas el contacto con los ejércitos de las afueras de Madrid, y durante algún tiempo estuvieron prisioneros del SIM en Monóvar. Abandonados por sus dirigentes políticos y perdido el contacto con Togliatti en unos momentos trascendentales, perdieron la iniciativa. Sin dirección política, los cuadros militares comunistas casi parecían hallarse a la espera de ser derrotados, a causa de su indecisión. Surgieron dudas y esas dudas se transformaron en pasividad y tendencias a la conciliación en las propias unidades combatientes.

Además, sumándose a los golpistas, los fascistas reanudaron los ataques por la Casa de Campo en dirección al Manzanares. El 10 de marzo, los comunistas quedaron sitiados en la ciudad que ellos mismos habían tomado por asalto y sus dirigentes empezaron a hacer proyectos para la retirada. En esa situación, el coronel comunista Ortega se ofreció como mediador entre los dos bandos enfrentados en aquella nueva guerra civil. Casado vio la tabla de salvación que le tendían y aceptó la mediación. Esto quebrantó la voluntad de resistencia incluso en las propias filas comunistas.

El 11 de marzo, las unidades militares de la Junta golpista rodearon Madrid y los fuerzas comunistas fueron desalojados de sus posiciones. Al final, la mayor parte de sus comandantes fueron detenidos y algunos tuvieron que negociar con los traidores. El balance final de la semana fue de unos 250 muertos y unos 560 heridos.

Casado se comprometió a poner en libertad a todos los prisioneros comunistas que no fueran criminales. Los comunistas aceptaron el alto el fuego. Al parecer Togliatti, que había restablecido el contacto telefónico, exhortó a Barceló desde Alicante a que concertara un compromiso. El 12 de marzo, las fuerzas comunistas regresaron a sus posiciones del día 2. Pero nadie puede fiarse de los traidores: al día siguiente, un tribunal militar condenó a muerte a Barceló, a su comisario José Conesa y a otros comunistas. Las sentencias de Barceló y Conesa (militante de las Juventudes Socialistas y comisario del frente central desde octubre de 1936) fueron ejecutadas inmediatamente.

Los golpistas ordenaron que no se resistiera al avance fascista y permitirieron que todos cuantos lo desearan regresaran a sus casas. Se produjo una desmovilización caótica del ejército republicano.

Se preparaba una masacre. El avance del sanguinario Yagüe hizo 30.000 prisioneros. En su primer día en Madrid las hordas fascistas hicieron otros 50.000 prisioneros. Entre 10.000 y 20.000 antifascistas que estaban en el muelle de Gandía fueron abandonados a su suerte. Las escenas de pánico que suscitó la entrada de los fascistas fueron lastimosas. Hubo varios casos de suicidio.

Sólo en Madrid se habilitaron, además de las viejas, unas 30 cárceles, entre ellas campos de fútbol (Chamartín, Metropolitano y Racing de Vallecas), a las que habría que añadir las de los alrededores, como Alcalá de Henares o Torrijos.

Pero lo verdaderamente importante es que algunas cárceles no las había llenado Franco. Fueron los traidores los que convirtieron a Madrid en una ratonera al entregar las cárceles cerradas a Franco, llave en mano y repletas de antifascistas. Luego las sentencias de muerte fueron de unas mil cada día y los fusilamientos oscilaban entre 200 y 250 diarios.

Tratando de recuperar los galones

Pero para comprender la historia no basta detenerse en algunos de sus chispazos momentáneos, sino que hay que seguir el rastro hasta el final, que en el caso de Casado es muy ilustrativo: fueron sus patrones del Foreign Office británicos los que le sacaron de España por Gandía en el buque Galatea mientras los comunistas eran fusilados a millares en Madrid. Luego fue Gran Bretaña quien le acogió tras la guerra.

Pero Casado no necesitaba el exilio; no tenía nada que temer de los fascistas porque había sido uno de sus mejores colaboradores, así que regresó a España en 1961, siendo juzgado y posteriormente absuelto por un Consejo de Guerra. Él no era culpable de nada. Incluso intentó que se le reconociera su graduación militar y que se le permitiera el reingreso en el ejército fascista.

Vivió hasta su muerte en el Madrid fascista sin contratiempos. Otros seguían presos y otros proseguían la lucha clandestinamente... Nosotros siempre tratamos de imaginar cómo se les queda el cuerpo a los que se pusieron a las órdenes de gente como Casado cuando leen estas cosas, ¿o siguen sin querer enterarse?

Notas:

(1) José Peirats: La CNT en la revolución española, Cali, 4ª Edición, 1988, tomo III, pg.309.
(2) Peirats, ob.cit., tomo III, pg.310.
(3) Joan Llarch: Cipriano Mera. Un anarquista en la guerra de España, Plaza y Janés, Barcelona, 1977, pg.128.
(4) Ob.cit., tomo III, pg.303.
(5) Historia del anarcosindicalismo español, Zyx, Madrid, 2ª Edición, pg.272.
(6) Llarch, ob.cit., pg.124.
(7) Llarch, ob.cit., pg.125.
(8) Homenaje a Cipriano Mera.
(9) Llarch, ob.cit., pgs.117 y stes.
(10) El Mundo, 10 de agosto de 1997 .
(11) Por qué perdimos la guerra, México, 1940, pgs.20-21.
(12) Peirats, ob.cit., tomo III, pgs. 305 y 306.
(13) La guerra civil española, Grijalbo, Barcelona, 1978, tomo II, pg.959.
(14) La guerra civil española, cit., tomo II, pgs.960-961

1 comentario:

  1. Muy recomendable una lectura minuciosa de homenaje a cataluña de george orwells quiza sea clarificadora a la hora de entender el porque de mucghas cosas

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