martes, 4 de diciembre de 2012

Texto de Walter Ulbricht: Carta abierta a Konrad Adenauer (1960)

Walter Ulbricht en septiembre de 1960

En 1960 el primer secretario del Comité Central del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania) y Primer vicepresidente del Consejo de Ministros de la RDA, el antiguo espartaquista y líder antifascista y comunista Walter Ulbricht, le escribió una carta abierta a Konrad Adenauer, el Kanzler democratacristiano de la Alemania Capitalista y presidente de la CDU (Unión Demócrata Cristiana), debido al recrudecimiento en las relaciones interalemanas por parte de los herederos del III Reich (es decir, la Alemania Occidental) para con el primer Estado Socialista en suelo alemán (la RDA).

El Bundeskanzler belicista y anticomunista Konrad Adenauer

La misiva se refiere a hechos muy concretos, pero increíblemente resulta casi profética de lo que fue el desarrollo histórico de la Alemania Capitalista para con la RDA, Europa y su dominación sobre los demás países, además de la anexión de la RDA.
Lo más interesante es que muchos de los hechos que describe Ulbricht hoy sabemos que son totalmente ciertos, como el hecho de querer la anexión de la RDA, la presencia de los antiguos nazis en los altos puestos y en el aparato estatal de la Alemania Occidental, etcétera, gracias a las investigaciones en la propia Alemania Capitalista, por lo que de propaganda tiene poco y como llamado de atención en su época y hoy mucho.
La deriva resueltamente nacionalista chovinista gran alemana e imperialista de otro democratacristiano, esta vez la Kanzlerin Angela Merkel es sólo otro eslabón más en la búsqueda iniciada por la Alemania Capitalista por la hegemonía total de Europa, el sueño hitleriano, inclusive hoy uno que otro professor justifica que es "constitucional" (dado el fetichismo a la Verfassung de la BRD), y es obvio, si la Constitución de la Alemania Federal es capitalista.

La he tomado desde Walter Ulbricht ¿Adónde va Alemania? Discursos y artículos sobre la cuestión nacional, editorial Zeit im Bild, Dresde, 1966, páginas 239-252.

Carta abierta a Konrad Adenauer

Berlín, 23 de enero de 1960

Al
presidente del CDU/CSU
Sr. Dr. Konrad Adenauer
Bonn                           

El paso de la guerra fría a la coexistencia pacífica, que ha empezado a entreverse en la política mundial, y la necesidad de que precisa­mente nosotros, los alemanes, aportemos una contribución a la disminución de la tensión internacional, me inducen a escribirle.
Nunca me hice ilusiones —lo reconozco sinceramente— en cuanto a su política y a los objetivos del Gobierno que usted dirige. Desde que las fuerzas políticas gobernantes de Alemania occidental, dirigi­das por usted, crearon el sistema monetario independiente, fundaron el Estado de las zonas occidentales e iniciaron el rearme, las nubes de una desgracia nacional se ciernen sobre Alemania.
Ya en el año 1950, nosotros le propusimos crear un consejo alemán y elaborar un tratado de paz, porque este es el único camino para la reunificación. Lamentablemente, ya entonces usted rechazó la prepa­ración conjunta de elecciones libres y democráticas para toda Alemania, porque creía poder anexionar a la República Democrática Alemana mediante el rearme y una política de presión militar.
A nuestras proposiciones para la solución pacífica del problema alemán, usted contestó con un golpe de Estado, firmando arbitrariamente los Tratados de París, con los cuales incorporó a Alemania occidental a la OTAN y dividió Alemania.
En los últimos años, y particularmente en el año pasado, los dirigentes del CDU/CSU (Unión Cristiano-demócrata/Unión Cristiano-social. Nota del traductor) han sacrificado todas las posibilidades para la reunificación de Alemania y para la disminución de la tensión internacional, a su política miope —permítame decírselo— de revancha y rearme. Usted ha rechazado todo lo que podía contribuir a la salvaguarda de la paz. Para usted no habrá pasado inadvertido, que esta política ha conducido a un creciente aislamiento de Alemania occi­dental.
Naturalmente, yo no le escribo, porque me preocupe el aislamiento internacional de su régimen. Usted tampoco lo espera de mí. Pero como usted y la dirección de su Partido ejercen hoy todavía el poder en Alemania occidental, tengo que dirigirme a usted. Lo hago porque quiero aprovechar todas las oportunidades para inducirles a usted y a los miembros de su Partido a apartarse del camino que han empren­dido, un camino extremadamente peligroso para los intereses nacio­nales del pueblo alemán y para la paz de Europa.
El discurso de su ministro Strauss en la OTAN, me incitó a escribir esta carta. Ese discurso coincide plenamente con el concepto político, expuesto por usted en su introducción al informe sobre las actividades de su Gobierno, en el año 1959. Apenas ha logrado nuestro pueblo sobreponerse a la catástrofe de la guerra hitleriana, cuando el Go­bierno de la República Federal conduce de nuevo al Estado germano-occidental por el viejo camino. En el fondo, su Gobierno plantea al Ejército germanooccidental las mismas tareas, que en sus tiempos fueron planteadas a la Wehrrnacht. ¿Es tan difícil llegar a la conclu­sión de que la política de los círculos gobernantes militaristas, que fracasó en dos guerras mundiales, en el período actual puede ter­minar sólo con una catástrofe aún más terrible?
Sería verdaderamente inútil que tratáramos de convencernos mutuamente sobre la justeza de nuestros fines políticos. Pero yo quisiera creer, que no es del todo imposible conseguir un determinado acercamiento, por lo menos en algunos problemas fundamentales que atañen a todos los alemanes.
Me refiero, por ejemplo, a la existencia actual y futura de la nación alemana, que, debido a su política, se encuentra en peligro. Y, ante todo, me refiero a la cuestión de una guerra nuclear en suelo alemán, que todos los alemanes sensatos deben estar interesados en impedir, independientemente de sus ideas políticas o del partido a que perte­nezcan. Me resisto todavía a creer, que usted —como lo hacen algunos de sus más íntimos colaboradores— haya incluido conscientemente en su política la guerra nuclear en suelo alemán, lo cual significa, entre otras cosas, el exterminio físico de una gran parte de la población germanooccidental; ello sería obrar como Hitler, quien lo había «cal­culado todo», incluido, como usted sabe, el ocaso del pueblo alemán.
Considero que se debe hacer todo lo posible, para evitar que Ale­mania sea, por tercera vez, el punto de partida de una guerra mundial.
Usted me contestará que no desea la guerra. Es posible. Anterior­mente muchos dirigentes políticos afirmaron lo mismo. Hasta Hitler sostenía la opinión de que, paso a paso y sin guerra, podría someter al dominio del militarismo y el fascismo alemanes a un país tras otro.
Es una contradicción, hablar de paz y acelerar el armamento ató­mico en Alemania occidental. Las experiencias del pueblo alemán enseñan que un rearme, que se lleva a cabo con fines revanchistas, conduce a conflictos cada vez más graves y a la guerra. Pero esta vez no se trata de una guerra, que pueda ser comparada con las anteriores.
El rearme de Alemania occidental y —como consecuencia de la política revanchista— las inevitables provocaciones bélicas desde el territorio germanooccidental, significan, que ese país, al igual que un imán, atraería hacia sí un inevitable contragolpe. Esto equivaldría al aniquilamiento de una gran parte del pueblo alemán.
Lo que su ministro de la Guerra, Sr. Strauss, dijo, el 16 de diciem­bre de 1959, en la Conferencia de Ministros de la OTAN, con respecto a esta cuestión decisiva, confirma los temores más graves. El Sr. Strauss declaró en París, al exigir armas atómicas para el Ejército de la OTAN germanooccidental y el almacenamiento de arte­factos explosivos nucleares en el territorio del país: «Nosotros estamos dispuestos, pese a la gran densidad de población de la República Federal... a llevar la carga que esto representa y a responder ante nuestro propio pueblo por los riesgos que resulten de ello.»
Siguiendo las indicaciones del Sr. Strauss, el Estado Mayor del Ejército germanooccidental elabora ya planes para la evacuación de millones de ciudadanos germanooccidentales. Esto es una locura, pero caracteriza los métodos, Sr. Adenauer.
¿Puede creerse que ésta sea también su concepción, Sr. Adenauer?
¿Está usted realmente dispuesto a asumir, ante el pueblo alemán, la responsabilidad por el exterminio de una gran parte de la población germanooccidental, en una guerra nuclear, que se desarrollaría sobre suelo alemán?
¿Ha calculado usted todo en sus planes políticos, como su señor ministro de la Guerra?
Me gustaría recibir una respuesta clara a esta pregunta, y considero que todos los alemanes del Este y el Oeste, tienen el derecho de exi­girle a usted una contestación precisa e inequívoca.
Pero no venga usted una vez más con argumentos tan absurdos, como, por ejemplo, que Alemania occidental necesita el rearme atómico, porque está amenazada, porque quiere evitar una guerra ató­mica, con ayuda de bombas atómicas. Nadie amenaza a Alemania occidental. Y nadie en el mundo cree, que se halle amenazada por la Unión Soviética o la RDA. Si usted mismo lo creyera, entonces podría aprovechar la posibilidad y apoyar los planes de desarme general y completo, que el Primer Ministro N. S. Jruschov expuso en la Asam­blea general de las Naciones Unidas. Además, a través de su parti­cipación en la elaboración de un tratado de paz con Alemania, podría proponer que se crearan garantías internacionales para el futuro paci­fico del país. Pero, lejos de ello, usted es el único Primer Ministro de Europa que presenta exigencias revanchistas y fronterizas.
Ni la Unión Soviética ni la República Democrática Alemana, ni ningún otro país de democracia popular han presentado exigencia alguna con relación a las fronteras o al régimen político de Alemania occidental, mediante ataques desde el exterior. Es un asunto interno de la población germanooccidental, y ella misma deberá determinar su sistema económico y estatal.
Pero como el CDU/CSU, dirigido por usted, lucha por demandas revanchistas y exige que sean anuladas las decisiones de los Acuerdos de Potsdam, Alemania occidental se ha convertido en la principal per­turbadora de la paz en Europa y en el mundo. Al presentar exigencias revanchistas, hablar de la «liberación de los países del este» y, al mismo tiempo, llevar a cabo el rearme acelerado, usted nos hace recordar los métodos empleados por los círculos gobernantes de Alemania de 1933 a 1939.
Sr. Dr. Adenauer, usted ha declarado muchas veces, que está por el desarme. Yo le tomo la palabra.
Usted sabe, que el Gobierno soviético, por intermedio del Primer Ministro Jruschov, presentó en la Asamblea general de las Naciones Unidas una proposición sobre el desarme general y completo. En con­sonancia con esta proposición, la Unión Soviética dio el ejemplo, dis­minuyendo unilateralmente en una tercera parte sus fuerzas armadas.
En un momento, en que los estadistas dirigentes analizan la cuestión del desarme general y completo y dan importantes pasos para llevar a cabo el desarme y eliminar las bases militares extranjeras ¿no sería oportuno que precisamente Alemania tomara la iniciativa en la cuestión del desarme?
¿No sería una dicha para nuestro pueblo, el que ambos Estados alemanes acordaran llevar a cabo el desarme?
¿Cual seria el resultado? El pueblo alemán viviría en paz. Gracias a sus capacidades, lograría grandes progresos en el trabajo pacífico y por lo tanto, un nivel de vida más alto. Cuando, de esta manera, acabáramos con el pasado, desarrollaríamos las relaciones amistosas con todos los pueblos y Estados. Para nuestros dos Estados alemanes, situados en el centro de Europa occidental, el camino más corto para la reunificación, es el del desarme y la conclusión de un tratado de paz.
¿Qué le parece, si ambos Estados alemanes celebraran un plebiscito sobre el desarme general y completo y la conclusión de un tratado de paz, sobre la base de la Carta de las Naciones Unidas?
Lamentamos profundamente, que usted, Sr. Adenauer, emplee tan­tas energías en llevar a cabo el rearme, declarando al mismo tiempo que está por el desarme.
¿Por qué acelera entonces el rearme y obstruye las negociaciones entre las grandes potencias, para la preparación de una Conferencia en la cumbre?
¿Por qué no está usted dispuesto a renunciar al armamento atómico en Alemania occidental?
¿Por qué no respeta usted el derecho democrático del pueblo de pronunciarse en un plebiscito libre en contra del rearme atómico? ¿Por qué se opone usted al cese de la carrera armamentista? ¿Por qué no está usted dispuesto a concluir un acuerdo entre ambos Estados alemanes, sobre los efectivos militares, el armamento y lugar de estacionamiento de las fuerzas armadas?
Usted invoca su fe cristiana. Pero ¿acaso no corresponde a la doc­trina cristiana la renuncia al empleo de la fuerza y la conclusión de un acuerdo entre ambos Estados alemanes, que garantizara esa renuncia?
Para nosotros es muy grave el hecho, de que usted no se muestre en absoluto dispuesto a colaborar en una aportación alemana para el mantenimiento de la paz y para el mejoramiento de las relaciones internacionales en Europa.
Si usted quiere la paz, como dice, entonces es absurdo preparar a las tropas germanooccidentales para una guerra contra el este e insta­lar armas nucleares en territorio germanooccidental. Si usted no desea realmente una guerra nuclear en territorio alemán, demuéstrelo con hechos y haga lo posible para que sean retiradas de él toda clase de armas atómicas y de hidrógeno. En este caso no se puede creer en palabras piadosas, lo único que vale son los hechos.
Desde hace diez años, usted practica la guerra fría y, a través de un trabajo de zapa en la RDA y de la preparación de una guerra civil en Alemania, espera que se le presente la ocasión para iniciar, mediante un ataque por sorpresa, un avance militar hacia el este. Usted no puede negar, que no ha alcanzado los objetivos de la guerra fría. Porque éstos no se pueden alcanzar. La población de la Repú­blica Democrática Alemana está orgullosa del trabajo realizado en diez años y defiende firmemente su obra, el primer Estado obrero y campesino de Alemania.
De la lucha histórica entre las fuerzas reaccionarias y las fuerzas progresistas de Alemania, han surgido dos Estados.
Uno de los Estados representa las tradiciones del militarismo ale­mán y la política revanchista.
El otro representa las mejores tradiciones humanistas del pueblo alemán y la realización de los objetivos del movimiento obrero ale­mán, que fue fundado bajo la dirección de Marx, Engels, Bebel y Liebknecht.
En la dirección de su Partido, el CUU/CSU, deciden las fuerzas del capital financiero alemán, mientras el Partido Socialista Unificado de Alemania es el Partido de la clase obrera y, en alianza con el cam­pesinado, los intelectuales, los artesanos y los comerciantes, ha llevado a cabo la unión de todas las fuerzas pacíficas y progresistas dentro del Frente Nacional de la Alemania Democrática.
No quiero discutir con usted sobre cuál es el Estado alemán legí­timo, es decir el Estado que representa los verdaderos intereses nacio­nales del pueblo alemán.
El Estado alemán legítimo puede ser sólo el que, en el espíritu de la coalición antihitleriarna, lucha contra el renacimiento del militarismo y fascismo alemanes y hace posible la reunificación de nuestra patria, mediante la conclusión de un tratado de paz.
Comprendo perfectamente su deseo, de que no exista la RDA. Pues el hecho de su existencia es para usted y sus correligionarios el mayor obstáculo para continuar la vieja política de conquistas y rapiña del imperialismo alemán, como usted lo hubiera querido.
Pero también usted debería saber, que no tiene ningún sentido negar los hechos que todos pueden ver y de cuya existencia puede con­vencerse cualquiera. No creo que usted sea tan insensato como para afirmar, que una roca, contra la que usted acaba de darse de narices, no existe. Para existir, esa roca tampoco necesita ser reconocida por usted. Su Gobierno emplea millones de marcos para enviar bandas de espías y criminales a la RDA y para organizar en ella actos criminales. Por lo visto eso no pesa sobre su conciencia cristiana.
Su afirmación de que usted no puede negociar con la RDA, porque de esta forma apoyaría una «teoría inadmisible de la existencia de dos Estados» carece de fundamento. No se trata de ésta o la otra teoría, sino del hecho de que, como resultado de la guerra hitleriana y de la lucha por la liquidación del militarismo y el fascismo, en Alemania han surgido dos Estados.
Si usted rechaza las negociaciones con la RDA, es sólo porque quiere tener las manos libres para una agresión militar, o sea para una guerra. Conocemos los planes de su ministro de la Guerra de acelerar el armamento atómico e iniciar una guerra relámpago contra la RDA.
Usted sabe tan bien como yo, que en las maniobras, que en 1959 tuvieron lugar en Alemania occidental, los ejercicios se realizaron con este objetivo. Los dirigentes de los partidos políticos de Alemania occidental conocen también esta concepción militar, si bien por temor a usted, sólo hablan de ello en círculos íntimos. Estos planes de guerra son ¡os que le han inducido a usted a dirigir el fuego de sus ataques contra la preparación de la conferencia en la cumbre.
Usted no puede esperar que, en este estado de cesas, podamos creerle en lo más mínimo, cuando habla de paz en sus discursos y declaraciones, mientras que sus hechos dicen lo contrario.
De ese empleo abusivo de la palabra paz, el pueblo alemán, muy a pesar suyo, tiene ricas experiencias. Usted recordará todavía, que también el régimen de Hitler, cuanto más aceleraba el rearme y más se acercaba el día de la invasión a otros países, tanto más hablaba del amor a la paz. Cuando creyó hallarse en la cumbre ce sus éxitos, Hitler renunció a su receta. Estoy seguro de que usted la conoce. La receta hitleriana decía lo siguiente:
*.'.
Primero hablar sólo de paz, para imponer el rearme; perseguir a la oposición o debilitarla, de tal forma que no pueda jugar ningún papel; desarrollar la idea de revancha, propagar los objetivos inmediatos de g conquista, unidos a las afirmaciones, de que estos objetivos deben ser alcanzados por vía pacífica; finalmente, cuando el rearme haya sido casi concluido, preparación sicológica para el empleo de la fuerza y para la guerra.
¿No considera usted también, Sr. Dr. Adenauer, que su régimen ha adoptado esta receta sin ningún pudor?
Primero hablaba usted de paz, y hasta expresaba el deseo de que se le paralizara el brazo a aquel que empuñara de nuevo un arma.
Después inició febrilmente el rearme, acompañado de discursos de paz; no obstante, al principio rechazaba indignado la idea del pertre­chamiento atómico del Ejército de la OTAN germanooccidental.
Después siguió la política del armamento atómico, unida a la pro­hibición del Partido Comunista Alemán y a la prohibición y persecu­ción de numerosas organizaciones democráticas.
A la par con esto se desarrollaban las ideas revanchistas y se propagaban fines de conquista, acompañados de la aseveración solemne de que éstos pensaban lograrse sólo con medios pacíficos. ¿Quién puede tomar en serio sus promesas?
Y cuanto más cerca está la terminación de su programa armamentista —prevista para finales de 1961 o para 1962— tanto más se recrudece en Alemania occidental, bajo su régimen y con su participa­ción personal, el terror político contra todos los partidarios de la paz y contra los enemigos de la guerra atómica, y se intensifica la prepa­ración sicológica de la población germanooccidental, para pasar abiertamente al empleo de la fuerza, es decir, a la guerra de revancha, preparada sistemáticamente.
Es lógico, que su política revanchista vaya unida al desarrollo de la ideología fascista de odio racial y antisemitismo. Sé que usted está en contra de la cruz gamada. También están en contra de ella los anti­guos oficiales de Hitler, porque bajo este símbolo Alemania fue con­ducida a la derrota.
Naturalmente, que usted prefiere otro símbolo, que no esté tan desacreditado. Pero no es esto lo esencial. Es inevitable, que muchas gentes en Alemania occidental, que no han sabido entender las suti­lezas de su táctica, alentadas por su política de revancha muestren ya ahora sin disimulo el verdadero rostro del militarismo alemán y su
odio racial.
Si tomamos en consideración que esa política suya es llevada en gran parte por personas, que ya la practicaron una vez dirigidas por Hitler, entonces no debe extrañarle, que no sólo los ciudadanos de la RDA, sino también muchos otros pueblos y sus Gobiernos, sigan con desconfianza cada uno de sus pasos y tomen las precauciones nece­sarias para sofocan en su origen un-a nueva agresión del imperialismo alemán, o —si se trata de Gobiernos simpatizantes— no dejarse arrastrar por usted a una aventura suicida.
Usted, Sr. Dr. Adenauer, rechaza con indignación toda compara­ción de su política con la política del Gobierno de Hitler. Subraya siempre que no era partidario de Hitler y que hasta tuvo determinados conflictos con el régimen nazi. Yo no quiero negarlo. Pero el hecho de que no haya sido partidario declarado de Hitler, no le impide, por lo visto, continuar la política de revancha y de conquistas hitleriana, con métodos un tanto modificados y teniendo en cuenta los cambios que se han verificado en la situación internacional.
Sobre el terreno de su régimen clerical-militarista, florecen la res­tauración fascista y el antisemitismo. Esa restauración ha sido llevada a cabo en casi todos los sectores de su aparato estatal, incluidas la policía y la justicia, así como las escuelas primarias y superiores, la literatura, etc.
El que su Gobierno no se declare actualmente por el antisemitismo, no es, realmente, ningún mérito. El antisemitismo ha desacreditado a Alemania de tal forma, que, actualmente, sólo los fascistas obstinados pueden jugar esa carta. Pero las cruces gamadas en las sinagogas, los cementerios y los monumentos a las víctimas del régimen hitleriano profanados demuestran claramente, con cuánta exhuberancia crece esta mala hierba en su jardín de rosas, tan democrático y pacífico. ¿Tiene usted plena conciencia de lo que hace? Usted es cultivador de rosas. ¿No le extraña que de las plantas que cuida con tanto esmero broten flores pardas, con cascos de acero, con el buitre y, a menudo, también con una cruz gamada?
Tengo que decirle abiertamente que los planes agresivos, imperia­listas y militaristas, elaborados por usted, por su Gobierno y su Estado Mayor, amenazan el futuro nacional del pueblo alemán.
No comprendo, cómo puede usted creer, que sea posible lograr algún éxito con esa política agresiva. Los círculos gobernantes de Ale­mania han arrastrado a nuestro pueblo a dos guerras catastróficas. ¿No es evidente, que Alemania no podrá jamás salir adelante, por el camino de la guerra y de la violencia?
Ya le he dicho, que conocemos perfectamente sus planes y que no sólo la RDA, sino también nuestros aliados, toman las medidas de seguridad necesarias. Pero como, por lo visto, usted no quiere escuchar ¡as advertencias del Gobierno soviético y del Gobierno de la Repú­blica Democrática Alemana, quiero decirle lo siguiente:
Si el Gobierno de la República Federal germanooccidental no pone fin, en corto plazo, al armamento atómico y no cesa la carrera arma­mentista, entonces el Gobierno de la República Democrática Alemana se verá obligado a tomar las medidas de defensa correspondientes y a solicitar de sus aliados que pongan cohetes a su disposición. Con su política de armamento atómico y de revancha, usted nos obliga a tomar medidas de protección.
Después del discurso del ministro de la Guerra de Bonn, Strauss, en la OTAN y de las preparaciones de su Estado Mayor, usted espe­cula con que, debido a las negociaciones internacionales, los aliados de la RDA, en caso de una provocación militar del Gobierno de Bonn, no podrán cumplir rápidamente sus compromisos frente a ella.
Si a usted no lo convencen otros argumentos, esperamos que la presencia de modernos cohetes en el territorio de la República Democrática Alemana le ayude a comprender que todos sus planes revanchistas están condenados definitivamente al fracaso.
Ninguna persona razonable, que esté en condiciones de apreciar sensatamente la correlación de fuerzas en el mundo, puede dudar de que, pocos minutos después de un ataque militar contra la República Democrática Alemana, Bonn y otros centros militares de su Estado germanooccidental habrían dejado de existir.
¿Qué es lo que, realmente, quiere usted con su política agresiva?
¿Quiere acelerar radicalmente el fin del dominio capitalista en Ale­mania occidental?
Nosotros no tenemos ningún motivo para prolongar el dominio del capital monopolista en esa parte del país, ni para lamentar su fin.
No luchamos por la paz para prolongar este dominio. Pero no queremos la guerra. Queremos proteger a nuestro pueblo de la des­gracia de una guerra atómica en territorio alemán.
Por eso discutimos hasta con usted, a pesar de que conocemos el verdadero objetivo de sus planes. Por eso tratamos de inducirle a cambiar de rumbo. Y si las razones del humanismo no le tocan, espe­ramos que por lo menos no haya perdido la capacidad de apreciar realmente la correlación de fuerzas.
Quisiera darle un consejo: arroje al cesto de los papeles sus planes para la conquista del Este. Reflexione una vez seriamente sobre el infierno atómico que depararía usted a la población germanooccidental y también a sus hijos y nietos, si llegara a practicarse su política.
No juegue con la guerra nuclear, renuncie al armamento atómico del Ejército germanooccidental de la OTAN
Conceda a la población de Alemania occidental el derecho de deci­dir sobre el rearme atómico y sobre el tratado de paz.
Usted mismo dijo una vez, que el pueblo debía vivir libre de una pesadilla. ¿Pero cómo puede un ciudadano germanooccidental vivir «libre de una pesadilla», bajo la espada de Damocles del rearme atómico?
El pueblo alemán sólo podrá vivir tranquilo, cuando en Alemania occidental se renuncie al rearme atómico y se refrene a los políticos revanchistas y militaristas.
Sea usted razonable y renuncie a hacer el papel de eterno pertur­bador de la paz en la preparación y celebración de la conferencia en la cumbre y en las eventuales conferencias internacionales siguientes, dedicadas al relajamiento de la tensión y al entendimiento. Si los representantes de los EE.UU., comprenden, que la continuación de una política, encaminada hacia la guerra, significa el suicidio nacional y que es necesario orientarse hacia la competencia pacífica entre los países con diferentes regímenes sociales, entonces debería ser también posible que usted y sus correligionarios entraran en razón. ¿Teme usted tanto una competencia pacífica entre ambos Estados alemanes, que prefiere arrastrar a nuestro pueblo a una catástrofe?
Usted afirma que queremos introducir el comunismo en Alemania occidental, con ayuda de proposiciones de paz. Ha mandado pegar en Alemania occidental grandes carteles, para difundir esta opinión entre la población. Evidentemente, usted quiere con esto desviar la atención de sus planes agresivos.
Aquí, ha causado gran sorpresa, el que en un momento en que también el pueblo alemán tiene puestas sus esperanzas en el relaja­miento de la tensión, usted haya aprovechado su discurso de Navidad para amargar la fiesta con un mensaje de hipocresía y odio y con amenazas de agresión. Si usted -—contra su propia convicción— da un falso testimonio contra la RDA y habla de que en ella reinan la pobreza, la miseria y la esclavitud y se prohíbe el servicio religioso, para, al final, volver a repetir su absurda pretensión de «liberarla», esto significa emprender el camino de la guerra.
Permítame decirle con toda sinceridad: yo no le considero tan mal informado, como para explicar sus declaraciones sobre la RDA con falta de conocimientos; ni tan inexperto como para no darse cuenta de a qué fin tan terrible conduce su política. Podemos sacar sólo la conclusión, de que usted, mediante la propagación de mentiras contra la RDA y otros países socialistas, siembra conscientemente el odio, con el fin de preparar a la población germanooccidental para la guerra fratricida en Alemania y para una guerra de revancha.
A sus discursos llenos de odio quiero contestar con toda tranquilidad y objetividad lo siguiente: usted vive todavía en el pasado y toma como ejemplo a las fuerzas reaccionarias de la antigua Alemania. Usted sueña con el Imperio Carolingio, con los Caballeros Teutónicos y con el clericalismo medieval. Une estas ideas muertas del pasado a los planes para una comunidad económica y armamentista en Europa occidental.
Nos es difícil comprender, que usted y su ministro de la Guerra, Strauss se pronuncien contra un Estado nacional alemán. Evidente­mente usted se deja guiar por los intereses de los 25 grupos de consorcios de Alemania occidental, que, bajo la exigencia de una unión extranacional, aspiran a obtener zonas de explotación extran­jeras. ¿De qué le sirven al pueblo alemán sus relaciones con los grupos capitalistas de los países occidentales? ¿Qué otra cosa le ha traído al pueblo la incorporación de Alemania occidental a la OTAN, que el ahondamiento de la división de Alemania?
Piense una vez en Alemania. Aquí en Alemania, y no en la OTAN en París, arraiga la fuerza de la futura Alemania pacífica y demo­crática.
Escuche la voz de la población germanooccidental, que ansia la solución pacífica del problema alemán. Su orientación hacia la «Pequeña Europa» y su renuncia a la reunificación de Alemania, están en contradicción con las aspiraciones nacionales del pueblo alemán.
¿De qué le sirve al pueblo alemán una supremacía del Gobierno de Bonn en Europa occidental, edificada sobre arena? La solución pacífica del problema alemán es la tarea nacional más importante que se plantea ante el pueblo alemán.
Piense en Alemania, ayude a aprovechar la gran oportunidad que le brinda al pueblo alemán la conferencia en la cumbre y las confe­rencias internacionales que seguramente se celebrarán después.
Los preparativos para el desarme, para la elaboración de un tratado de paz con Alemania y la solución pacífica del problema de Berlín occidental, llevados a cabo en la Conferencia de Ginebra y en las conversaciones entre el Primer Ministro Jruschov y el Presidente Eisenhower, muestran que es posible avanzar poco a poco por el camino de la comprensión. La proposición de la Unión Soviética de, mediante un tratado de paz, sentar las bases para que el pueblo ale­mán pueda llegar a una reunificación pacífica y democrática, corres­ponde a los intereses nacionales de nuestro pueblo y hace posible el futuro pacífico de nuestra nación.
El Presidente Eisenhower dijo en su discurso en Nueva Delhi, que las guerras son hechas por personas influidas por un complejo del pasado, del pasado muerto; por personas, que creen que es posible solucionar por la fuerza los problemas de la Humanidad. Los dirigen­tes políticos de Alemania occidental se deben liberar del pasado muerto. Deben, como dijo el Presidente Eisenhower, olvidar lo pasado y marchar juntos hacia el futuro.
Su Gobierno es considerado por los otros pueblos como pertur­bador de la paz, precisamente porque su política de fuerza, que busca una salida a la situación mediante la aplicación de la violencia, se halla en contradicción con la correlación de fuerzas en el mundo. Deje caer en el olvido las malas tradiciones de la política revanchista y del odio hacia otros pueblos, y dedíquese a las buenas tradiciones de nuestro pueblo, a las ideas del humanismo y de la amistad entre los pueblos. Ayude a poner fin al círculo vicioso —crisis-coyuntura armamentista-guerra-coyuntura de posguerra-rearme-guerra— en el que todavía hoy está encerrada Alemania occidental.
La tarea nacional consiste en superar las contradicciones entre los intereses pacíficos de nuestro pueblo y los planes agresivos militares de determinados círculos gobernantes de Alemania occidental. Para solucionarla hay que practicar una política de relajamiento, de aproximación y comprensión entre ambos Estados alemanes y hay que participar en la elaboración de un tratado de paz.
El objetivo del Partido Socialista Unificado de Alemania y del Frente Nacional de la Alemania Democrática consiste, precisamente en demostrar al pueblo alemán, mediante una política de paz, democracia y progreso, que podría vivir en una Alemania unida gozando de paz, bienestar y felicidad, si logra impedir que los círculos gobernantes de Alemania occidental, con su política militarista y revan­chista, conduzcan al renacimiento del fascismo.
Fiel a sus principios, la RDA se ha esforzado también en el año pasado por aportar una contribución alemana a la paz. Nos hemos esforzado y nos esforzamos ante todo por conseguir que, mediante la conclusión de un tratado de paz con Alemania, 15 años después de la II Guerra Mundial, se ponga un punto final a la guerra y con ello se elimine el peligroso barril de pólvora que, al explotar, podría conducir a una nueva catástrofe. Exigimos que se seque el pantano de agentes y espías de Berlín occidental y que ese foco potencial de guerra se convierta en una ciudad libre y pacífica, cuyos habitantes decidan  por  sí  solos   sobre  su  régimen  social.  Este  objetivo  será logrado tarde o temprano, en interés de la seguridad y la libertad de los berlineses occidentales, así como en interés de la paz en Europa.
A pesar de que usted ha rechazado todas las proposiciones, nos hemos esforzado permanentemente por establecer la colaboración entre ambos Estados alemanes. Hasta le hemos invitado a usted a visitar la República Democrática Alemana, esperando que el presi­dente del Consejo de Ministros de la República Democrática Ale­mana, Otto Grotewohl, podría corresponder con otra visita a Ale­mania occidental. Pero usted ha rechazado todas estas proposiciones. Usted afirma que nosotros nos inmiscuimos en los asuntos internos de Alemania occidental y tratamos de implantar allí la democracia socialista. No tenemos esas intenciones. Somos una parte de nuestro pueblo amante de la paz y no aspiramos a más que a un futuro pací­fico para Alemania, que sólo es posible en una Alemania sin militarismo y fascismo. Mientras en Alemania occidental se lleve a cabo el pertrechamiento atómico y se prepare una guerra de revancha, nos veremos obligados, naturalmente, a propagar allí nuestras ideas para evitar una guerra.
En relación con un tratado sobre la renuncia al empleo de la fuerza y la creación de un consejo para toda Alemania, estamos dispuestos a concluir un acuerdo sobre la no intervención mutua. Esto sería útil para llegar a un acercamiento entre los dos Estados alemanes.
Supongo que usted comprende muy bien que, desde que la técnica de cohetes ha alcanzado un nivel tan alto, el problema planteado es: paz o guerra. Usted sabe muy bien que, después del discurso de su ministro de la Guerra, Strauss, y teniendo en cuenta la política revan­chista que se desarrolla en Alemania occidental, no puede decir que no es responsable de las provocaciones militares, como ahora dice que el Gobierno de Bonn no tiene nada que ver con los excesos antisemitas de los que dibujan cruces gamadas.
Tenga en cuenta la nueva situación y piense en nuestro pueblo, que sólo puede vivir en paz. Piense en nuestra patria, cuya reunifica­ción sólo es posible en forma de un Estado pacífico.
Como hasta ahora, en el futuro seguiremos haciendo todo lo posible para estimular la distensión en Alemania y combatir la política revanchista y militarista, y por fundamentar ante las grandes potencias la necesidad de concluir un tratado de paz con Alemania. De este modo podrá allanarse el camino para la reunificación pacífica y libre de nuestra patria.
Piénselo bien y decida si no corresponde también a sus intereses el que representantes de ambos Estados alemanes tengan pronto la oportunidad de deliberar en un consejo paritario alemán sobre cómo puede ser asegurada la paz en Alemania, elaborado un tratado de paz y superada paulatinamente la división alemana.
Con la esperanza, de que esta carta le incite a reflexionar seria­mente y estimule un diálogo sincero y objetivo sobre «paz o guerra» y sobre la reunificación de nuestra patria alemana en un Estado pací­fico, democrático y progresista, quedo de usted,

Walter Ulbricht
Primer Secretario del CC del
Partido Socialista Unificado de Alemania
Primer vicepresidente del
Consejo de Ministros de la RDA

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